Estoy sentado en mi vehículo, mirando a través del cristal con la mirada distraída. De repente algo llama mi atención.
De forma casi instantánea se activa una alerta en mi cabeza y, sin pararme a pensar comienza la acción. Agarro mi mochila, saco la cámara y la enciendo. Bajo del vehículo mientras quito la tapa del objetivo.
Me acerco a una distancia adecuada, llevo el visor óptico a mi ojo izquierdo y, en apenas un segundo o dos ajusto la velocidad adecuada, según me marca el exposímetro. No necesito ajustar el diafragma, pues lo llevo siempre preparado a una apertura que me agrada y el ISO esta en 100; rara vez lo cambio. Aprieto el pre-enfoque y disparo. Siento correr esa descarga de gozo en mi cuerpo al oír el obturador; ese maravilloso sonido celestial.
Me doy media vuelta, pongo la tapa en el objetivo, apago la cámara y me siento de nuevo en mi vehículo. Estoy seguro de que hice la foto que quería, no necesito mirarla, porque esta en mi cabeza.
Sonrío; me siento bien. Ahora volver a la rutina.
Daniel Sebastián.
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